Aunque no lo crea, las historias de niños que pierden a sus padres en algún lugar salvaje y son salvados o adoptados por animales, como se cuenta en las películas como Tarzán o El Libro de la Selva, son reales. Aquí encontrará sorprendentes casos de niños que fueron criados por animales, los que les salvaron la vida.
Jhon, el niño criado por monos
John Ssebunya nació en un pequeño pueblo de Uganda. A los 4 años vivió una de las experiencias más traumáticas de su vida: vio cómo su padre asesinaba a su madre. Asustado, huyó hacia la selva donde fue adoptado por una tropa de monos cercopiteco verde hasta que fue encontrado en 1991.
Cuando intentaron rescatarlo, John se resistió e incluso su familia adoptiva atacó lanzando palos y piedras a los captores como si les estuvieses arrebatando a uno de los suyos.
Tiempo después de ello, John fue educado, aprendió a hablar y a comportarse en sociedad; comprendió que aquel no era su mundo y se reconoció como un humano. Actualmente parte del coro de niños ‘Pearl of Africa’ (Perla de Africa), una organización que recauda fondos para las escuelas de Uganda.
Natasha, criada por perros
A inicios de 2009, la policía rusa reportó la aparición de una niña salvaje de 5 años en la localidad de Chita, Siberia. Cuando la encontraron, Natasha Mikhailova caminaba a cuatro patas, tomaba agua con la lengua, no pronunciaba una sola palabra y se comunicaba a través de ladridos y gemidos como un perro.
La policía descubrió que no había crecido en un territorio hostil, sino todo lo contrario: estuvo todo el tiempo en su propia casa encerrada en una habitación con perros. La habitación no tenía calefacción, agua ni baño. Natasha permanecía orientada a la puerta expectante a que sus cuidadores regresaran y le dieran comida.
Natasha fue trasladada a un centro infantil en el que permanece hasta la actualidad.
Maria Isabel, la “niña pollo”
Maria Isabel Quaresma Dos Santos vivió hasta los 9 años en el corral de gallinas de su familia en un pueblo agrícola de Coimbra, Portugal. Nacida en Julio de 1970, en una familia numerosa, María Isabel no creció junto a sus tres hermanos mayores puesto que su madre Idalina Quaresma do Santos, padecía graves trastornos mentales y no la consideraba parte de la familia por lo que decidió encerrarla a los pocos meses de nacida en un gallinero donde pasaría prácticamente toda su infancia.
Lo más sorprendente es que la niña era conocida en el pueblo en el que vivía, donde los pocos habitantes se dedicaban a trabajar en el campo y no se metían en los asuntos de sus vecinos, por lo que nadie denunció el hecho.
En 1980 el caso saltó a los medios y una médica, Maria Joâo de Oliveira Bichâo, decidió tomar cartas en el asunto a través de unas religiosas y de los servicios sociales. “La niña pollo” carecía de cualquier conducta social. Su edad mental era la de una niña de dos años: no sabía hablar y solo emitía cacareos. Además presentaba estallidos de cólera con episodios de reclusión interior, sin prestar el más mínimo interés a los estímulos exteriores. Luego de varias denuncias judiciales, fue internada en una institución psiquiátrica de Lisboa y luego enviada a una institución para niños con deficiencias mentales, donde consiguió aprender a caminar y mostrar algunas reacciones básicas como amor o miedo, pero no hubo mayor mejoría.